lunes, 23 de mayo de 2011
domingo, 22 de mayo de 2011
La Universidad de Alcalá y Cardenal Cisneros
La Universidad de Alcalá es una universidad pública ubicada en Alcalá de Henares (España) y con campus en Alcalá y Guadalajara.
Tiene 26.043 alumnos y 1.750 profesores.
Fundada en 1499 por el Cardenal Cisneros, durante los siglos XVI y XVII, se convirtió en el gran centro de excelencia académica. En 1836 la Universidad fue trasladada a Madrid cambiando su nombre por el de Universidad de Madrid (o Universidad Central), que con el paso del tiempo se convirtió en la actual Universidad Complutense de Madrid. La institución actual surge con su estatus actual en 1977, al producirse el fenómeno de descentralización universitaria y constituirse como universidad propia, abarcando diversos centros universitarios de la Universidad Complutense de Madrid establecidos en 1975 en el municipio alcalaíno, algunos de ellos ocupando instalaciones de la antigua Universidad Cisneriana.
Cisneros nació en Torrelaguna, Madrid, en 1436, hijo de hidalgos pobres. Posiblemente fue enviado a la cercana villa de Alcalá de Henares en su adolescencia a hacer estudios de gramática; los continuó en el Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca; de allí pasó a Roma en donde fue ordenado sacerdote.
Tras el fallecimiento de su padre regresa a España y consigue el arciprestazgo de Uceda, enfrentándose con el arzobispo de Toledo, lo que significó el encarcelamiento de don Gonzalo por el arzobispo Carrillo durante algunos años. A pesar de su reclusión, Cisneros no renunció a su cargo, en el que fue mantenido por el cardenal Gónzalez de Mendoza, aunque el encierro debió de durar poco tiempo según se deduce en algunas biografías, pues poco después, en 1478, Cisneros era capellán mayor de la catedral de Sigüenza.
Sufrió una profunda crisis espiritual que le llevó a entrar en la orden de los franciscanos; fue entonces cuando sustituyó su nombre de Gonzalo por el de Francisco en honor a San Francisco de Asís. Se encerró en el convento de la Salceda y durante siete años llevó una vida monacal.
De allí lo sacó la Reina Isabel (Isabel la Católica) en el año 1492, tras convencerle de que aceptara ser su confesor, siguiendo los consejos del entonces arzobispo de Toledo, el cardenal González de Mendoza, primer protector de Cisneros.
Fue nombrado provincial de la orden franciscana y acometió en ella una profunda reforma; más tarde reformó el clero secular.
A la muerte del cardenal Mendoza en 1495, fue nombrado arzobispo de Toledo, lo que en la Baja Edad Media era ostentar el mayor poder tras La Corona, al ser Primado de España.
Tiene 26.043 alumnos y 1.750 profesores.
Fundada en 1499 por el Cardenal Cisneros, durante los siglos XVI y XVII, se convirtió en el gran centro de excelencia académica. En 1836 la Universidad fue trasladada a Madrid cambiando su nombre por el de Universidad de Madrid (o Universidad Central), que con el paso del tiempo se convirtió en la actual Universidad Complutense de Madrid. La institución actual surge con su estatus actual en 1977, al producirse el fenómeno de descentralización universitaria y constituirse como universidad propia, abarcando diversos centros universitarios de la Universidad Complutense de Madrid establecidos en 1975 en el municipio alcalaíno, algunos de ellos ocupando instalaciones de la antigua Universidad Cisneriana.
Cisneros nació en Torrelaguna, Madrid, en 1436, hijo de hidalgos pobres. Posiblemente fue enviado a la cercana villa de Alcalá de Henares en su adolescencia a hacer estudios de gramática; los continuó en el Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca; de allí pasó a Roma en donde fue ordenado sacerdote.
Tras el fallecimiento de su padre regresa a España y consigue el arciprestazgo de Uceda, enfrentándose con el arzobispo de Toledo, lo que significó el encarcelamiento de don Gonzalo por el arzobispo Carrillo durante algunos años. A pesar de su reclusión, Cisneros no renunció a su cargo, en el que fue mantenido por el cardenal Gónzalez de Mendoza, aunque el encierro debió de durar poco tiempo según se deduce en algunas biografías, pues poco después, en 1478, Cisneros era capellán mayor de la catedral de Sigüenza.
Sufrió una profunda crisis espiritual que le llevó a entrar en la orden de los franciscanos; fue entonces cuando sustituyó su nombre de Gonzalo por el de Francisco en honor a San Francisco de Asís. Se encerró en el convento de la Salceda y durante siete años llevó una vida monacal.
De allí lo sacó la Reina Isabel (Isabel la Católica) en el año 1492, tras convencerle de que aceptara ser su confesor, siguiendo los consejos del entonces arzobispo de Toledo, el cardenal González de Mendoza, primer protector de Cisneros.
Fue nombrado provincial de la orden franciscana y acometió en ella una profunda reforma; más tarde reformó el clero secular.
A la muerte del cardenal Mendoza en 1495, fue nombrado arzobispo de Toledo, lo que en la Baja Edad Media era ostentar el mayor poder tras La Corona, al ser Primado de España.
lunes, 28 de marzo de 2011
¿Dónde se encuentra la Doctrina Social de la Iglesia?
Aunque está íntimamente en La Tradición, La Biblia y los Santos Padres, en la práctica la encontramos específicamente en las Encíclicas.
Desde finales del siglo XIX la Iglesia empezó a orientar y a preocuparse por los problemas de la sociedad. Para ello se valió de las encíclicas. Desde entonces la Iglesia se involucró más con los asuntos sociales, políticos y económicos, pues no podía ser ajena a ellos si afectaban directamente la vida del ser humano.
Encíclicas Sociales
Rerum novarum (1891), Presenta la doctrina social sobre el trabajo y sobre el principio de colaboración contrapuesto a la lucha de clases.
León XIII
Quadragésimo anno (1931), sobre la reconstrucción del orden social. Propone reformar, además de lo que afecta a la clase obrera, el orden social.
Pío XI
Mater et magistra (1961), sobre el Cristianismo y el progreso social. Denuncia las desigualdades entre los pueblos y entre las clases sociales.
Juan XXIII
"Pacem in Terris" (1963) Llamada a la colaboración para construir una paz justa.
Juan XXIII
Populorum progresio (1967), sobre el desarrollo de los pueblos. Necesidad de un desarrollo solidario.
Pablo VI
"Gaudium et Spes" (Gozo y Esperanza) Pablo VI Concilio Vat. II
Pablo VI
Laboren exercens (1981),sobre el trabajo humano.
Juan Pablo II
Sollicitudo rei socialis (1987), sobre la preocupación social de la Iglesia. Todo desarrollo debe tener en cuenta la dignidad de la persona
Juan Pablo II
Centesimus annus (1991), sobre varias cuestiones de la doctrina social.
Juan Pablo II
Tras la revolución industrial todas las riquezas se acumularon en manos de unos pocos y éstos maltrataron al proletariado imponiéndoles jornadas laborales de 14 horas en condiciones inhumanas. Así, el 15 de mayo de 1891 el Papa León XIII publicó su primera Encíclica: “Rerum Novarum”. En ella decía que la moral debía ser siempre lo más importante y que los obreros tenían derecho a crear sus sindicatos y a que el Estado interviniera a favor de ellos.
Más tarde el Papa Pío XI publicó la Encíclica a cuarenta años “Quadragessimo anno”, en la que decía: "En efecto, cuando la lucha de clases se abstiene de los actos de violencia y del odio recíproco, se transforma poco a poco en una discusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia".
En 1962 Juan XXIII escribió la “Mater et Magistra” (Madre y Maestra) donde trataba los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana; Y poco antes de morir, el 11 de abril de 1963, publicó la “Pacen in terris”: “La paz en la tierra, profunda aspiración de los hombres en todo tiempo, no se puede establecer ni asegurar si no se guarda íntegramente el orden establecido por Dios”.
En 1965 se terminó el Concilio Ecuménico Vaticano II, se cree que Pablo VI publicó la Encíclica “Populorum Progressio” (Desarrollo de los pueblos) en 1967 como documento de aplicación de las enseñanzas del Concilio, una respuesta a la llamada de éste.
Juan Pablo II publicó en 1981 una Encíclica muy fuerte, donde defendía los derechos humanos. Fue la “Laborem exercens” y en ella decía: “El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio”.
Seis años más tarde, en 1987, publicó: “Sollicitudo rei socialis”, “Solicitud de la cosa social” en la que “nos envía al mundo entero para dar testimonio, con la fe y con las obras, del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en las sombras del tiempo presente”. Nosotros como cristianos debemos hacernos conscientes de lo que hacemos en el mundo a favor de la paz y el desarrollo.
Finalmente, en 1991 escribió la Encíclica “Centesimus annus”, para conmemorar los primeros cien años de la “Rerum Novarum”.) “Esta Encíclica de ahora ha querido mirar al pasado, pero sobre todo está orientada al futuro.
Al igual que la Rerum novarum, se sitúa casi en los umbrales del nuevo siglo y, con la ayuda divina, se propone preparar su llegada”.
Desde finales del siglo XIX la Iglesia empezó a orientar y a preocuparse por los problemas de la sociedad. Para ello se valió de las encíclicas. Desde entonces la Iglesia se involucró más con los asuntos sociales, políticos y económicos, pues no podía ser ajena a ellos si afectaban directamente la vida del ser humano.
Encíclicas Sociales
Rerum novarum (1891), Presenta la doctrina social sobre el trabajo y sobre el principio de colaboración contrapuesto a la lucha de clases.
León XIII
Quadragésimo anno (1931), sobre la reconstrucción del orden social. Propone reformar, además de lo que afecta a la clase obrera, el orden social.
Pío XI
Mater et magistra (1961), sobre el Cristianismo y el progreso social. Denuncia las desigualdades entre los pueblos y entre las clases sociales.
Juan XXIII
"Pacem in Terris" (1963) Llamada a la colaboración para construir una paz justa.
Juan XXIII
Populorum progresio (1967), sobre el desarrollo de los pueblos. Necesidad de un desarrollo solidario.
Pablo VI
"Gaudium et Spes" (Gozo y Esperanza) Pablo VI Concilio Vat. II
Pablo VI
Laboren exercens (1981),sobre el trabajo humano.
Juan Pablo II
Sollicitudo rei socialis (1987), sobre la preocupación social de la Iglesia. Todo desarrollo debe tener en cuenta la dignidad de la persona
Juan Pablo II
Centesimus annus (1991), sobre varias cuestiones de la doctrina social.
Juan Pablo II
Tras la revolución industrial todas las riquezas se acumularon en manos de unos pocos y éstos maltrataron al proletariado imponiéndoles jornadas laborales de 14 horas en condiciones inhumanas. Así, el 15 de mayo de 1891 el Papa León XIII publicó su primera Encíclica: “Rerum Novarum”. En ella decía que la moral debía ser siempre lo más importante y que los obreros tenían derecho a crear sus sindicatos y a que el Estado interviniera a favor de ellos.
Más tarde el Papa Pío XI publicó la Encíclica a cuarenta años “Quadragessimo anno”, en la que decía: "En efecto, cuando la lucha de clases se abstiene de los actos de violencia y del odio recíproco, se transforma poco a poco en una discusión honesta, fundada en la búsqueda de la justicia".
En 1962 Juan XXIII escribió la “Mater et Magistra” (Madre y Maestra) donde trataba los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana; Y poco antes de morir, el 11 de abril de 1963, publicó la “Pacen in terris”: “La paz en la tierra, profunda aspiración de los hombres en todo tiempo, no se puede establecer ni asegurar si no se guarda íntegramente el orden establecido por Dios”.
En 1965 se terminó el Concilio Ecuménico Vaticano II, se cree que Pablo VI publicó la Encíclica “Populorum Progressio” (Desarrollo de los pueblos) en 1967 como documento de aplicación de las enseñanzas del Concilio, una respuesta a la llamada de éste.
Juan Pablo II publicó en 1981 una Encíclica muy fuerte, donde defendía los derechos humanos. Fue la “Laborem exercens” y en ella decía: “El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio”.
Seis años más tarde, en 1987, publicó: “Sollicitudo rei socialis”, “Solicitud de la cosa social” en la que “nos envía al mundo entero para dar testimonio, con la fe y con las obras, del amor de Dios, preparando la venida de su Reino y anticipándolo en las sombras del tiempo presente”. Nosotros como cristianos debemos hacernos conscientes de lo que hacemos en el mundo a favor de la paz y el desarrollo.
Finalmente, en 1991 escribió la Encíclica “Centesimus annus”, para conmemorar los primeros cien años de la “Rerum Novarum”.) “Esta Encíclica de ahora ha querido mirar al pasado, pero sobre todo está orientada al futuro.
Al igual que la Rerum novarum, se sitúa casi en los umbrales del nuevo siglo y, con la ayuda divina, se propone preparar su llegada”.
lunes, 21 de marzo de 2011
Terremoto en Japón
Las últimas noticias llegadas de Japón no son nada alentadoras para los habitantes de un país que están viviendo un auténtico infierno.
Fukushima es actualmente la que peor parte se llevó, todo por el conocido terremoto y el tsunami el día 11 del mes de Marzo a primera hora de la mañana.
En estos momentos aumenta el nivel de radiactividad en la central nuclear de esta ciudad la cual está llevando a cabo varios planes de emergencia en busca de un poco de normalidad.
Los habitantes de Fukushima no salen a la calle y es más, a algunos se le acabó la comida este mismo fin de semana, teniendo que ir saliendo si quiere sobrevivir a todo lo que les sucederá pronto.
La central nuclear fue seriamente dañada y en el ejército intentaban mantenerla bastante fria con agua de los camiones correspondientes que llevó a cabo en los posteriores días del 11 de Marzo – cuando sufrieron este gran y duro golpe -.
Fukushima es a día de hoy una ciudad dañada, perdida por los miles de millones de yenes y esperando a remontar el vuelo un poco más adelante
lunes, 14 de marzo de 2011
Fundamentos de la doctrina social de la Iglesia
El primer fundamento de la enseñanza social católica es el mandamiento de Jesús de amar: Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. Éste es el fundamento de toda la moral cristiana y, por lo mismo, de la doctrina social de la Iglesia que es parte de esta moral. Jesús decía que el doble mandamiento del amor no es sólo el primero y más importante de todos los mandamientos, sino también el resumen o compendio de todas las leyes de Dios y del mensaje de los profetas.
La doctrina social de la Iglesia proporciona por tanto una respuesta a la pregunta: ¿Cómo debo amar a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social? Nuestro amor a Dios y al prójimo no consiste simplemente en una obligación semanal de asistir a Misa y dejar algunas monedas en la cesta en el momento del ofertorio. Debe impregnar nuestra vida entera y conformar nuestras acciones y nuestro ambiente según el Evangelio.
Éste es un principio muy importante para superar la tendencia a ver la economía y la política como algo totalmente separado de la moral, cuando de hecho es precisamente allí donde un cristiano hace que su fe influya en los asuntos temporales.
También hay fundamentos específicos que pueden resumirse en cuatro principios básicos de la entera doctrina social de la Iglesia.Estos principios son:
-- La dignidad de la persona humana: que proporciona el fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe primero entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y, por tanto, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio.
La Iglesia, como Cristo, defiende la dignidad de cada individuo. Comprende la importancia del estado y de la sociedad en términos de servicio a las personas y a las familias, en vez de en sentido contrario. El estado, en particular, tiene el deber de proteger los derechos de las personas, derechos que no son concedidos por el estado sino por el Creador.
-- El bien común. El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común.
El hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria de personas, alcanza su perfección no en el aislamiento de los demás, sino dentro de comunidades y a través del don de sí mismo que hace posible la comunión. El egoísmo que nos impulsa a buscar nuestro propio bien en detrimento de los demás se supera por un compromiso con el bien común.
El «bien común» no es exclusivamente mío o tuyo, y no es la suma de los bienes de los individuos, sino que crea más bien un nuevo sujeto nosotros en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con los demás. Por ello, el bien común no pertenece a una entidad abstracta como el estado, sino a las personas como individuos llamados a la comunión.
--Subsidiariedad. El tercer principio clásico de la doctrina social es el principio de subsidiariedad. Este principio nos enseña que las decisiones de la sociedad se deben quedar en el nivel más bajo posible, por tanto al nivel más cercano a los afectados por la decisión. Este principio se formuló cuando el mundo estaba amenazado por los sistemas totalitarios con sus doctrinas basadas en la subordinación del individuo a la colectividad. Nos invita a buscar soluciones para los problemas sociales en el sector privado antes que pedir al estado que interfiera.
--Solidaridad: el cuarto principio que fundamenta la doctrina social de la Iglesia sólo fue formulado recientemente por Juan Pablo II en su carta encíclica «Sollicitudo Rei Socialis» (1987). Este principio es el llamado principio de solidaridad. Al hacer frente a la globalización, a la creciente interdependencia de las personas y los pueblos, debemos tener en mente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren.
Pero el Santo Padre añade que la solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una «virtud» real, que nos permite asumir nuestras responsabilidades de unos con otros. El Santo Padre escribía que no es «un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»
La doctrina social de la Iglesia proporciona por tanto una respuesta a la pregunta: ¿Cómo debo amar a Dios y a mi prójimo dentro de mi contexto político, económico y social? Nuestro amor a Dios y al prójimo no consiste simplemente en una obligación semanal de asistir a Misa y dejar algunas monedas en la cesta en el momento del ofertorio. Debe impregnar nuestra vida entera y conformar nuestras acciones y nuestro ambiente según el Evangelio.
Éste es un principio muy importante para superar la tendencia a ver la economía y la política como algo totalmente separado de la moral, cuando de hecho es precisamente allí donde un cristiano hace que su fe influya en los asuntos temporales.
También hay fundamentos específicos que pueden resumirse en cuatro principios básicos de la entera doctrina social de la Iglesia.Estos principios son:
-- La dignidad de la persona humana: que proporciona el fundamento para los derechos humanos. Para pensar correctamente sobre la sociedad, la política, la economía y la cultura uno debe primero entender qué es el ser humano y cuál es su verdadero bien. Cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene una dignidad inalienable y, por tanto, debe ser tratada siempre como un fin y no sólo como un medio.
La Iglesia, como Cristo, defiende la dignidad de cada individuo. Comprende la importancia del estado y de la sociedad en términos de servicio a las personas y a las familias, en vez de en sentido contrario. El estado, en particular, tiene el deber de proteger los derechos de las personas, derechos que no son concedidos por el estado sino por el Creador.
-- El bien común. El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es el principio del bien común.
El hombre, creado a imagen de Dios que es comunión trinitaria de personas, alcanza su perfección no en el aislamiento de los demás, sino dentro de comunidades y a través del don de sí mismo que hace posible la comunión. El egoísmo que nos impulsa a buscar nuestro propio bien en detrimento de los demás se supera por un compromiso con el bien común.
El «bien común» no es exclusivamente mío o tuyo, y no es la suma de los bienes de los individuos, sino que crea más bien un nuevo sujeto nosotros en el que cada uno descubre su propio bien en comunión con los demás. Por ello, el bien común no pertenece a una entidad abstracta como el estado, sino a las personas como individuos llamados a la comunión.
--Subsidiariedad. El tercer principio clásico de la doctrina social es el principio de subsidiariedad. Este principio nos enseña que las decisiones de la sociedad se deben quedar en el nivel más bajo posible, por tanto al nivel más cercano a los afectados por la decisión. Este principio se formuló cuando el mundo estaba amenazado por los sistemas totalitarios con sus doctrinas basadas en la subordinación del individuo a la colectividad. Nos invita a buscar soluciones para los problemas sociales en el sector privado antes que pedir al estado que interfiera.
--Solidaridad: el cuarto principio que fundamenta la doctrina social de la Iglesia sólo fue formulado recientemente por Juan Pablo II en su carta encíclica «Sollicitudo Rei Socialis» (1987). Este principio es el llamado principio de solidaridad. Al hacer frente a la globalización, a la creciente interdependencia de las personas y los pueblos, debemos tener en mente que la familia humana es una. La solidaridad nos invita a incrementar nuestra sensibilidad hacia los demás, especialmente hacia quienes sufren.
Pero el Santo Padre añade que la solidaridad no es simplemente un sentimiento, sino una «virtud» real, que nos permite asumir nuestras responsabilidades de unos con otros. El Santo Padre escribía que no es «un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»
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